Hace veinte años, en un frío día de invierno, le di treinta pavos que había ganado en mi primer trabajo a una chica hambrienta y con frío. Me pareció un modesto acto de compasión en medio de mi agitada existencia. Hoy, cuando ha vuelto a mi casa, me ha horrorizado lo que ha hecho. Me estremeció su repentino comportamiento y traté frenéticamente de averiguar qué pretendía.
Un rostro reconocible
Acababa de empezar a recordar el pasado cuando Kendra -la chica a la que había ayudado hacía veinte años- apareció inesperadamente en mi puerta con tres hombres imponentes. Se me aceleró el corazón al reconocer al instante sus familiares ojos castaño oscuro, aunque había crecido. Me invadió una oleada de ansiedad al ver las expresiones serias, casi adustas, de sus acompañantes. Estaba claro que no estaban aquí para una reunión casual.

Un rostro reconocible
Una exigencia apremiante
Sin ofrecerme un saludo o una explicación, me exigieron que fuera con ellos. El más alto e intimidante de los hombres se adelantó y dijo con firmeza: “Necesitamos que vengas con nosotros ahora” Mis protestas se encontraron con un silencio sepulcral mientras me rodeaban, bloqueando cualquier posibilidad de escapar. El peso de la situación me golpeó con fuerza y, tras un momento de vacilación, asentí a regañadientes.

Una exigencia apremiante